Con el corazón ante los salmos
Salmo 122.” A ti levanto mis ojos, a ti que habitas en el cielo”.

Autor: Padre Felipe Santos Campaña SDB

 

 

Sentimientos:

- Adherencias del consumo
- El hombre moderno no contempla
- Corazón limpio
- Mirar al cielo

Reflexión:

• Este Salmo me invita esta noche a que fije mi mirada en el cielo- para desde él-, hablar con la gente de las 
maravillas que hay en cada una de ellas.
• Para que mis ojos miren bien, tengo que dejar caer todas las adherencias de una sociedad consumista que me ofrece sofisticadas formas de civilización ofuscando toda la poesía que hay aún en las cosas sencillas.
• Puede que mi mirada esté desencantada por la contemplación de un mundo tan duro, con odios, divisiones, guerras, terrorismo, sangre y lágrimas. Por ello, la mirada del hombre moderno se ha vuelto triste, saturada de objetos a punto de ser consumidos. Ha perdido sentido de la contemplación.
• Es en los ojos donde se dibuja la fascinante realidad de la vida. Unos ojos profundos, curiosos, tiernos denotan la grandeza del alma. Por el contrario, resulta muy triste la mirada de unos ojos que no saben mirar, que siempre están distraídos, como sobrevolando sobre las cosas.
• Señor, no tiene sentido que unos ojos permanezcan cerrados cuando hay un espectáculo tan bello y delicioso para quienes tienen abierta la fascinante ventana de la curiosidad. Una mirada curiosa y atenta será capaz de penetrar el sugestivo mundo de la contemplación en el que todo es posible.
• La contemplación por sí misma es un acto noble y elevando; la actitud más estética es la del hombre que contempla.
• Me gustaría que el hombre supiera buscar el objeto de su mirada y, por ello, se hace preciso tener el corazón limpio para que la mirada sea diáfana y clara. Resultan sugerentes los ojos que a fuerza de mirar la luz se tornan luminosas, que observando la miseria humana aparecen compasivos, que contemplando se vuelven hermosos.
• Señor, al mirar al cielo, los ojos dan vida y color a las cosas, al tiempo que toda la creación ofrece su misterio y su encanto a los ojos curiosos.

Buenos días, Señor, y gracias.