AUDIENCIA GENERAL DE JUAN PABLO II

Miércoles 21 de julio de 2004

 

Promesa de cumplir
los mandamientos de Dios

1. Después de la pausa con ocasión de mi estancia en el Valle de Aosta, reanudamos ahora, en esta audiencia general, nuestro itinerario a lo largo de los salmos que nos propone la liturgia de las Vísperas. Hoy reflexionamos sobre la decimocuarta de las veintidós estrofas que componen el salmo 118, grandioso himno a la ley de Dios, expresión de su voluntad. El número de las estrofas corresponde a las letras del alfabeto hebreo e indica plenitud; cada una de ellas se compone de ocho versículos y de palabras que comienzan con la correspondiente letra del alfabeto en sucesión.
En la estrofa que hemos escuchado, las palabras iniciales de los versículos comienzan con la letra hebrea nun. Esta estrofa se encuentra iluminada por la brillante imagen de su primer versículo:  "Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero" (v. 105). El hombre se adentra en el itinerario a menudo oscuro de la vida, pero repentinamente el esplendor de la palabra de Dios disipa las tinieblas.

También el salmo 18 compara la ley de Dios con el sol, cuando afirma que "la norma  del  Señor es límpida y da luz a los ojos" (v. 9). En el libro de los Proverbios se reafirma que "el mandato es una lámpara y la lección una luz" (Pr 6, 23). Precisamente con esa imagen Cristo mismo presentará su persona como revelación definitiva:  "Yo soy la luz del mundo. El que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida" (Jn 8, 12).

2. El salmista continúa su oración evocando los sufrimientos y los peligros de la vida que debe llevar y que necesita ser iluminada y sostenida:  "¡Estoy tan afligido, Señor! Dame vida según tu promesa. (...) Mi vida está en peligro; pero no olvido tu voluntad" (Sal 118, 107. 109).

Toda la estrofa está marcada por un sentimiento de angustia:  "Los malvados me tendieron un lazo" (v. 110), confiesa el orante, recurriendo a una imagen del ámbito de la caza, frecuente en el Salterio. El fiel sabe que avanza por las sendas del mundo en medio de peligros, afanes y persecuciones. Sabe que las pruebas siempre están al acecho. El cristiano, por su parte, sabe que cada día debe llevar la cruz a lo largo de la subida a su Calvario (cf. Lc 9, 23).

3. A pesar de todo, el justo conserva intacta su fidelidad:  "Lo juro y lo cumpliré:  guardaré tus justos mandamientos (...). No olvido tu voluntad (...). No me desvié de tus decretos" (Sal 118, 106. 109. 110). La paz de la conciencia es la fuerza del creyente; su constancia en cumplir los mandamientos divinos es la fuente de la serenidad.

Por tanto, es coherente la declaración final:  "Tus preceptos son mi herencia perpetua, la alegría de mi corazón" (v. 111). Esta es la realidad más valiosa, la "herencia", la "recompensa" (v. 112), que el salmista conserva con gran esmero y amor ardiente:  las enseñanzas y los mandamientos del Señor. Quiere ser totalmente fiel a la voluntad de su Dios. Por esta senda encontrará la paz del alma y logrará atravesar el túnel oscuro de las pruebas, llegando a la alegría verdadera.

4. A este respecto, son muy iluminadoras las palabras de san Agustín, el cual, comentando precisamente el salmo 118, desarrolla al comienzo el tema de la alegría que brota del cumplimiento de la ley del Señor. "Este larguísimo salmo, desde el inicio, nos invita a la felicidad, la cual, como es sabido, constituye la esperanza de todo hombre. En efecto, ¿puede haber alguien que no desee ser feliz? ¿ha habido o habrá alguien que no lo desee? Pero si esto es verdad, ¿qué necesidad hay de invitaciones para alcanzar una meta a la que el corazón humano tiende espontáneamente? (...) ¿No será tal vez porque, aunque todos aspiramos a la felicidad, la mayoría ignora el modo como se consigue? Sí, precisamente esta es la lección de aquel que dice:  "Dichoso el que, con vida intachable, camina en la voluntad del Señor".

"Al parecer, quiere decir:  Sé lo que quieres; sé que buscas la felicidad. Pues bien, si quieres ser feliz, lleva una vida intachable. Lo primero lo buscan todos; pero son pocos los que se preocupan de lo segundo, sin lo cual no se puede conseguir aquello que es la aspiración común. ¿Cómo llevar una vida intachable si no es caminando en la voluntad del Señor? Por tanto, dichosos los que con vida intachable caminan en la voluntad del Señor. Esta exhortación no es superflua, sino necesaria para nuestro espíritu" (Esposizioni sui Salmi, III, Roma 1976, p. 1113).

Hagamos nuestra la conclusión del gran obispo de Hipona, que reafirma la permanente actualidad de la felicidad prometida a quienes se esfuerzan por cumplir fielmente la voluntad de Dios.