Bendito seas, Señor, Dios de nuestros padres

Dn. 3, 26-27.29, 34-41

Fuente: Liturgia de las horas

 

Bendito seas, Señor, Dios de nuestros padres,

digno de alabanza y glorioso es   tu nombre.

 

Porque eres justo en cuanto has hecho con nosotros

y todas tus obras son verdad,

y rectos tus caminos,

justos todos tus juicios.

 

Hemos pecado y cometido iniquidad

 apartándonos de ti, y en todo hemos delinquido.

 Por el honor de tu nombre,

 no nos desampares para siempre,

 no rompas tu alianza,

 no apartes de nosotros tu misericordia.

 

Por Abraham, tu amigo,

 por Isaac, tu siervo,

 por Israel, tu consagrado,

 a quienes prometiste

 multiplicar su descendencia

 como las estrellas del cielo,

 como la arena de las playas marinas.

 

Pero ahora, Señor, somos el más pequeño

 de todos los pueblos;

 hoy estamos humillados por toda la tierra

 a causa de nuestros pecados.

 

En este momento no tenemos príncipes,

 ni profetas, ni jefes;

 ni holocausto, ni sacrificios,

 ni ofrendas, ni incienso;

 ni un sitio donde ofrecerte primicias,

 para alcanzar misericordia.

 

Por  eso, acepta nuestro corazón contrito,

 y nuestro espíritu humilde,

 como un holocausto de carneros y toros

 o una multitud de corderos cebados;

 

que éste  sea hoy nuestro sacrificio,

 y que sea agradable en tu presencia:

 porque los que en confía

 no quedan defraudados.

 

Ahora te seguimos de todo corazón,

 te respetamos y buscamos tu rostro.

 

Gloria al Padre, y al Hijo, y al espíritu Santo.