Cántico
Angustia y curación del moribundo
Is. 38,10-14. 17-20
Fuente: Liturgia de las horas
El
poder avasallador de la malignidad suscita el clamor del hombre desde el sheol,
desde el abismo. Es también la oración del crucificado que resucitó de la
muerte.
Yo
pensé: “En medio de mis días
tengo
que marchar hacia las puertas del abismo;
me
privan del resto de mis años.”
Yo
pensé: “Ya no veré más al Señor
en
la tierra de los vivos,
ya
no miraré a los hombres
entre
los habitantes del mundo.
Levantan
y enrollan mi vida,
como
una tienda de pastores
Como
un tejedor devanaba yo mi vida
y
me cortan la trama.”
Día
y noche me estas acabando,
sollozo
hasta el amanecer.
Me
quiebran los huesos como un león,
día
y noche me estas acabando.
Estoy
piando como una golondrina,
gimo
como una paloma.
Mis
ojos mirando al cielo se consumen:
Señor,
que me oprimen, sal fiador por mí.
Me
has curado, me has hecho revivir,
la
amargura se me volvió paz
cuando
tuviste mi alma ante la tumba vacía
y
volviste la espalda a todos mis
pecados.
El
abismo no te da gracias,
ni
la muerte te alaba,
ni
esperan en tu fidelidad
los
que bajan a la fosa.
Los
vivos, los vivos son quienes de alaba:
como
yo ahora.
El
Padre enseñan a sus hijos tu fidelidad.
Sálvame,
Señor, y tocaremos nuestras arpas
todos
nuestros días en la casa del Señor.
Gloria
al Padre y al Hijo, y al Espíritu Santo.