Cántico

Himno después de la victoria 

Ex. 15,1-4. 8-13. 17-18

Fuente: Liturgia de las horas

 

Cantamos nuestra experiencia de Dios como el omnipotente favorable, frente a las peores arremetidas del poder malo; cuya ruina y el destino sublime de su pueblo contemplamos: “el monte de la heredad de Dios”.

 

Cantaré al Señor, sublime es su victoria,

caballos y carros a arrojado al mar.

Mi fuerza y mi poder es el Señor,

él fue mi salvación.

 

Él es mi Dios yo lo alabaré;

el Dios de mis padres: yo lo ensalzaré.

El Señor es un guerrero,

su nombre es “El Señor”.

 

Los carros del faraón los lanzó al mar,

ahogó en el mar rojo a sus mejores capitanes.

Al soplo de tu ira se amontonaron las aguas,

las corrientes se alzaron como un dique,

las olas se cuajaron en el mar.

 

Decía el enemigo: “Los perseguiré y alcanzaré,

repartiré el botín, se saciará mi codicia,

empuñaré la espada, los agarrará mi mano.”

 

Pero sopló tu aliento y los cubrió el mar,

 se hundieron como plomo en las aguas formidables.

 

¿Quién como tú, Señor, entre los dioses?

¿Quién como tu, terrible entre los santos,

temibles por tus proezas, autor de maravillas?

 

Extendiste tu diestra: se los tragó la tierra;

 guiaste con misericordia a tu pueblo rescatado,

los llevaste con tu poder hasta tu santa morada.

 

Lo introduces y lo plantas en el monte de tu heredad,

lugar del que hiciste tu trono, Señor;

santuario, Señor, que fundaron tus manos.

El Señor reina por siempre jamás.

 

Gloria al Padre , y al Hijo, y al Espíritu Santo.